Exposición actual

Sala Parés

2 de marzo al 2 de abril 2019

LOS NIDOS VACÍOS

Cuerpos que miran al vacío esperando algo, quizá que alguien, que alguna vez estuvo allí y que ya no está, regrese al fin de un largo viaje. Pero no pasa nada, nada sucede, y poco a poco, el tiempo sigue su curso. Los cuadros de Leticia Feduchi muestran este aspecto fundamental de la condición humana, una condición ambigua, nunca del todo situada en su mundo, una condición siempre en devenir. Vivimos siempre en despedida. Llegamos demasiado tarde y nos vamos demasiado pronto. No podemos eludir las ausencias, las pérdidas.

Recuerdo la primera vez que contemplé la obra de Leticia. Me llamaron poderosamente la atención dos colores puros que dominaban la escena, los dos colores básicos de su pintura: el amarillo y el azul. Pero no son colores que permanecen constantes, sino que fluyen, que se transforman, porque la pintura de Leticia vive en las transformaciones. El amarillo se convierte en naranja y termina siendo violeta, fundiéndose en azul. De repente, en ocasiones, irrumpe el rojo, al modo de un acontecimiento imprevisto que deja mudo al espectador. Una cierta inquietud que expresa el paso, el fluir del tiempo. Los papeles arrugados de periódicos envuelven una fresca sandía, la vida en todo su esplendor que, al mismo tiempo, está dolorosamente atravesada por los días y sus noches en constante devenir. Es cierto que, como decía el poeta, lo nuestro es pasar, por eso las pérdidas son ineludibles, por eso los cuerpos de mujer que pinta Leticia no pueden dejar de expresar la nostalgia. Pero no es una nostalgia trágica o derrotada, porque la esperanza sigue viva en esos cuerpos. Sus miradas muestran el vacío y la añoranza, es verdad; sin embargo, la vida sigue subiendo por una escalera, sigue a la búsqueda de un paraíso que nunca se alcanza, porque no hay plenitud en la existencia humana. Unas maletas están abiertas, quizá son de alguien que acaba de llegar de viaje, o quizá de aquél que se fue de pronto y sin avisar, apresuradamente, y que es probable que nunca regrese.

Y el tiempo transcurre, y esas hojas que han caído y que insinúan la inminente llegada de un tiempo de otoño, ¿quizá de invierno?, acompañan a unos nidos que ya están vacíos. La condición humana es vulnerable. Los cuerpos, heridos por sucesos imprevisibles que llegaron sin avisar, que llegaron de repente, casi sin querer, no alcanzarán una vida plena. No estuvimos entonces preparados para el sosiego, ni lo estaremos ahora. La condición espectral es insuperable. Los nidos continuarán estando vacíos.

Joan-Carles Mèlich